En toda sociedad existen reglas, contenidas en la cultura, que son transmitidas con el fin de mantener un orden social. La transmisión de “roles” figura entre las muchas pautas que se establecen dentro del acerbo cultural.
Nada más nacer, se asigna a las personas un sexo legal, que será masculino o femenino. Pero además de este sexo legal, se asigna también tácitamente un “rol de género” todas aquellas formas, pautas y papeles que la persona, dependiendo del género, ha de asumir como propios. Se esperará, por ejemplo, de una mujer que no sea agresiva, que hable con moderación, que no tenga posturas indecorosas, que sea dependiente, emocional, reprimida sexualmente, etcétera. Ocurrirá lo mismo aplicado al género masculino: que sea tenaz, que tenga éxito, que sea fuerte, objetivo, racional, etcétera. Todos estos valores inculcados son adquiridos desde el primer día, pues los transmite la propia familia nada más nacer.
Dependiendo de la cultura, la prevalecencia de los roles será más rígida o menos. Según se estructuren los roles asignados a hombres o mujeres, el desequilibrio ante un cambio producirá efectos más o menos nocivos, debido a que no se han aprendido otras formas de manejarse ante una situación inesperada. El individuo tendrá que reaprender nuevas maneras de hacer si pretende obtener una mayor homeostasis. Si, por el contrario, su capacidad está muy mermada, pondrá en marcha mecanismos no útiles, cómo la agresión ante su frustración en lugar de buscar una solución adecuada a esa circunstancia.
Algunos colectivos que en su país de origen tenían que adoptar el supuesto rol preasignado, les gustase o no, al verse en España y no estar sometidos a las mismas presiones, se vean sometidos a cambios bruscos con respecto a su manera de vivir anterior, lo que les hará plantearse otros mecanismos en pro de la adaptación. En este sentido, me parece interesante poder incidir en cómo estos desajustes afectan a las parejas y cómo son vividos en las mujeres latinas.
No hay que olvidar que el género es una construcción social que marca la diferencia entre hombres y mujeres. El problema, muchas veces, es dar a las diferencias biológicas una categoría de status inamovible y confundir los roles de género con sexo. El sistema patriarcal que dota al género masculino de superioridad es el que hace que se den estructuras sociales como: separar el ámbito público (espacio de hombres) y privado o doméstico (mujeres). A la mujer siempre se la ha educado para tareas más sociales, que han acabado instaurándose implícitamente como algo consustancial al sexo femenino.
Mirando nuestra propia historia, a principios del siglo XX en España, la mitad de las mujeres era analfabeta y sólo un tercio de los hombres lo era. Hasta el año 1910, las mujeres no accedieron a la Universidad. Todavía hoy existe el doble de analfabetas que de analfabetos. También en la elección y orientación de los estudios superiores persisten diferencias significativas entre hombres y mujeres. Según el Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales (Las mujeres en cifras ,1997) hay una presencia de mujeres que cursan carreras más próximas a Ciencias de la Salud (67,28%), Humanidades (66,89%) y Ciencias Sociales y Jurídicas (57,45%). Los hombres, sin embargo, cursan carreras de Ciencias Experimentales (51,45%) y técnicas (77,34%).
Todo ello es un indicador de cómo todavía hoy se transmiten estas creencias, que afectan a la estructura social.
A> pesar de que desde 1978 se aprobó una Ley de la Constitución Española sobre la no discriminación por razones de sexo, todavía existe sexismo y prejuicios de discriminación y desigualdad, sólo por el hecho de nacer mujer. No en vano, últimamente, se oyen voces sobre temas tan dramáticos como los malos tratos o la violencia doméstica. Podríamos retomar la tesis feminista de los años sesenta de “aquello personal es político” como estrategia para concienciarnos de que la violencia no sólo no se legitime, sino que no se asiente en todos los ámbitos sociales (sexual, racista o dirigido a colectivos diversos, entre ellos la inmigración).
Debido a la actual situación mundial, entre otros factores, España está recibiendo la llegada de inmigrantes de diferentes nacionalidades. Los colectivos extracomunitarios son principalmente marroquíes, colombianos, ecuatorianos, filipinos y argentinos. En estos grupos hay diferencias sociales y culturales entre sexos, es decir, cada país posee una entidad propia y variada que no podemos generalizar. Así, vienen más hombres de los países magrebíes y más mujeres de los países latinoamericanos. En lo referente a la inmigración latinoamericana, teniendo en cuenta los datos del Colectivo IOÉ de 1998, el número de mujeres supera al de hombres, concretamente 3 de cada 4 personas de República Dominicana o Colombia son mujeres, y también el 60% de personas que vienen de Ecuador (que se ha triplicado), Brasil e incluso Filipinas. Ahora hay más presencia de mujeres cubanas (el doble).
La mayoría de las mujeres inmigrantes viene con la esperanza de una vida mejor y de que podrá aportar los suficientes recursos a sus familiares que quedaron en sus respectivos países. Se instalan y envían a sus familias dinero con expectativas diversas: arreglar o comprar una casa en su país, traerse aquí a vivir a los suyos, reunir el dinero suficiente para instalarse un negocio, o simplemente ir más holgadas.
Evidentemente, el sacrificio de dejar a sus hijos a cargo de otros familiares y sus esposos implicará unos costos, costos que se agravan por las condiciones en las que les toca vivir aquí: discriminación por ser inmigrantes, falta de redes de apoyo, trabajos sin regulación legal y mal pagados (servicio doméstico, cuidar a niños y personas mayores, hostelería y prostitución, son los más habituales) con la desventaja añadida de ser mujeres en un mundo de hombres, en donde la indefensión y desprotección social, añadidas al miedo a la expulsión, no hacen más que agravar su situación.
Según un estudio del Colectivo IOÉ, en las ramas de actividad que demandan trabajadores no comunitarios, se da un predominio del servicio doméstico (18%), la hostelería (13%) y la restauración. La necesidad de todos estos servicios tiene que ver con la estructuración económica que se ha ido dando a partir de los años 80, época en que la mujer española se ha incorporado en el mercado de trabajo para poder subsistir. Así, se hace necesario que los servicios como los domésticos (que son de muy bajo salario), sean cubiertos por inmigrantes. A todo ello hay que añadir que se supone que estos trabajos son solamente “femeninos”.
Por lo tanto, en esta situación de precariedad, los altibajos producidos por las circunstancias pueden repercutir muy seriamente en la pareja de la mujer inmigrante, generándose situaciones como:
- Pérdida del cónyuge porque en la ausencia de ella, encuentra nueva pareja
- Divorcios
- Soledad
- Tensión ante la deuda que dejaron por venir aquí
- Dinero mal amortizado por sus maridos, que dependen de ellas, en sus respectivos países
- Malestar y violencia cuando la pareja viene definitivamente a España. Los maridos han de adaptarse a una circunstancia muy dispar de la acostumbrada a su país de origen, en donde la mujer tenía otras formas de comportarse y relacionarse. Se añade su dificultad para aceptar que la esposa tiene un papel autónomo, pues puede cuestionar la valía masculina y desequilibrar esos arraigos aprendidos culturalmente
En contraposición, el fenómeno migratorio puede traer cambios no tan negativos a la mujer cuando su sociedad de origen es muy patriarcal:
- Acceso al control del dinero (cuánto envía, cuánto retiene)
- Más libertad para ocupar espacios públicos y salir de sus casas
- Menos control masculino, ya sea por parte del esposo o parientes
- Poder replantearse su situación de pareja si permanece aquí más tiempo, y plantearse hechos como un posible divorcio o separación, que no hubieran sido posibles sin los procesos derivados del fenómeno migratorio
Reseña Bibliográfica en la Red
http://www.ugt.es/Mujer/pubmujeres.htm