Marian Ponte charla de sexualidad en la Universidad de Barcelona
Otras Sexualidades
«Las palabras nos obstaculizan el camino. Siempre que los hombres de las primeras épocas introducían una palabra creían haber realizado un descubrimiento, haber resuelto un problema. ¡Qué error el suyo! Lo que habían hecho era plantear un problema y levantar un obstáculo que dificultaba su solución.
Ahora, para llegar al conocimiento, hay que ir tropezando con palabras que se han hecho duras y eternas como piedras, hasta el punto de que es más difícil que nos rompamos una pierna al tropezar con ellas que romper una palabra.» Friedrich Nietzsche: Aurora 47
El lenguaje no nos acerca al mundo real, nos aleja de él: las palabras nos esconden las cosas.
Las palabras, los conceptos, bajo las que acostumbramos a clasificar las cosas y los fenómenos con los que tropezamos en el mundo son construcciones lingüísticas, no son propiedades esenciales de los objetos exteriores al pensamiento humano.
Las palabras han transfigurado durante siglos la experiencia sexual a través de una serie de prejuicios inherentes al lenguaje que no han empezado a ser detectados hasta la actualidad. En este sentido, el género, la clasificación de las personas en la dualidad mujer/hombre, es una construcción o convención social.
Esto significa, en primer lugar, que nuestros esquemas son arbitrarios. En segundo, que por su convencionalidad pueden variar dependiendo de la época y la cultura de que se trate. Por último, que pueden estar muy lejos de describir o explicar la realidad sexual del ser humano.
Nietzsche nos descubre que no habitamos la realidad tal y como es en sí misma sino que nos hallamos en un mundo artificial diseñado a lo largo de la historia por las convenciones del pensamiento y lenguaje. Este escenario distorsionado por esquemas mentales arbitrarios está condicionado por la moral. Todo uso del lenguaje, en tanto que supuesta expresión de la verdad, está tocado de moralismo.
En la actualidad algunos ya estamos en situación de reivindicar que la dualidad fundamental que reduce a los individuos a vivir como mujeres u hombres heterosexuales no refleja en absoluto la realidad de cómo el ser humano vive y siente su sexualidad.
La investigación sobre la sexualidad no sólo ha de ir ampliando el conocimiento sino también deconstruyendo los conceptos que distorsionan la visión de la realidad de los hechos.
La realidad siempre se cuela por los resquicios
A pesar de la dicotomía fundamental mujer/hombre que ha limitado la vivencia y la expresión sexual de las personas, la auténtica realidad sexual siempre ha hecho acto de presencia de una u otra forma. Tal es su potencia que ni siquiera el poder de nuestro lenguaje lo ha podido contener completamente. Esta fuerza, esta energía sexual originaria acaba siempre irrumpiendo a través de conflictos psicológicos o contradiciendo las clasificaciones establecidas.
En el mismo sentido, hemos tenido que esperar al final de la época moderna para que los investigadores fueran esbozando poco a poco una nueva imagen de nuestra sexualidad. ¿Será esta la imagen definitiva? Esperemos que no. Simplemente dejemos que la honestidad vaya ampliando nuestros esquemas.
Al mismo tiempo, hay que agradecer el tesón de innumerables grupos de gays y lesbianas que han conseguido el reconocimiento de nuevas identidades sexuales en las sociedades más tolerantes y todavía siguen luchando en las más intolerantes.
En la actualidad las comunidades científicas de las sociedades avanzadas analizan la sexualidad humana a través del concepto fundamental de identidad sexual. Este término engloba tres elementos o factores diferentes: la orientación sexual, la identidad de género, el rol de género.
La orientación sexual
En primer lugar y ante todo, se ha impuesto la evidencia de que el sexo biológico –el género- no define la orientación sexual ni las conductas o gustos sexuales. La vieja dicotomía que imponía que las mujeres deseasen a los hombres y viceversa se desecha como anacrónica y falsa.
Alfred C. Kinsey, biólogo y autor de La conducta sexual del hombre (1948) y La conducta sexual de la mujer (1953), propuso la idea de que la orientación sexual posiblemente no tenga que ser interpretada como una dualidad, sino más bien como una serie de gradaciones de un continuo que se extiende entre la heterosexualidad absoluta y la homosexualidad total. El esquema de Kinsey es ampliamente más generoso que los anteriores pues en él se acogen toda la variedad de orientaciones sexuales que puedan darse a nivel individual.
A partir de Kinsey se ha ido imponiendo entre los especialistas la idea de que la orientación sexual no es un concepto absoluto sino relativo. En este sentido, la orientación sexual de los individuos se puede ir desplazando en el continuo de Kinsey en momentos diferentes de su vida. Al mismo tiempo, su relatividad apuntaría al hecho de que la orientación sexual es fundamentalmente un hecho psicológico.
Propuesta terminológica: Teniendo en cuenta la escala de Kinsey y que la orientación no es un hecho rígido, podríamos reajustar los términos para que los conceptos incluyeran este fenómeno de la plasticidad o maleabilidad en la orientación sexual humana. De esta forma se podría hablar de personas heteroplásticas y homoplásticas.
Asexualidad
Cada vez más oímos hablar de otra forma de vivir la sexualidad que está siendo reivindicada por un número creciente de personas. Se trata de la asexualidad. La Asexual Visibility and Education Network(AVEN) es la comunidad asexual en línea más grande del mundo y define al ser asexual como “una persona que no experimenta la atracción sexual”
La asexualidad, aunque prescinda del sexo, es también una opción sexual y, por ello debe también ser contemplada. De lo contrario, volveríamos a caer en el error de excluir fuera del pensamiento, el lenguaje y la ciencia una porción de la realidad que nos envuelve.
La bisexualidad es un hecho que ha dejado constancia en textos tan antiguos como nuestra propia literatura. No se trata de un comportamiento biológico pues parece no tener que ver con la fisiología. Su origen es completamente psicológico. La bisexualidad pertenece al ámbito de la orientación sexual. Algunas personas no se consideran bisexuales a pesar de haber mantenido una o más relaciones con hombres y mujeres indistintamente, mientras que otras personas se consideran bisexuales sin haber tenido nunca ambos tipos de experiencia.
Identidad de género
Se refiere a la percepción subjetiva que un individuo tiene sobre sí mismo en cuanto a sentirse hombre o mujer. La identidad de género puede considerarse como el sexo psicológico o subjetivo.
El debate, las discusiones y los prejuicios, en torno a la identidad de género, aparecen cuando se tienen en cuenta aquellos casos en que esta identidad no coincide con el género fisiológico de una persona, es decir, con el género que le reconocen los demás.
El transexualismo o transgenerismo, por ejemplo, es una realidad que se ha manifestado de forma natural en todas las épocas. Acontece cuando la identidad sexual de una persona no coincide con la que muestran sus genitales y su cuerpo, ni con la que los demás le asignan.
La androginia es otra cuestión relativa a la identidad sexual y que todavía no ha sido completamente consensuada.
Rol de género
Este concepto que también condiciona sexualmente a las personas, se refiere al conjunto de normas sociales y de comportamiento generalmente percibidas como apropiadas para los diferentes géneros reconocidos en un grupo o sistema social dado, teniendo en cuenta que estos géneros suelen ser los de mujer y hombre. El rol de género sería, pues, la expresión pública de la identidad de género.
Conclusiones
El deber de los investigadores que desarrollan los discursos sobre la sexualidad es el de estar muy alerta respecto a las valoraciones que esconden sus clasificaciones. Deberían tener especial cuidado cuando tratan de diferenciar entre lo sano, y lo patológico pues se trata de una fina línea cuyo dibujo puede acarrear consecuencias muy negativas para muchos. Esta distinción, además, es por naturaleza relativa pues va variando a lo largo del tiempo.
En ningún momento se ha negado la necesidad de establecer conceptualizaciones y clasificaciones. Las palabras y sus generalizaciones son imprescindibles para poder comunicarnos, para poder señalar un hecho concreto y para la existencia del conocimiento. El consejo es que estemos siempre atentos a los prejuicios que esconden.
Diferencia en la igualdad
Como también se ha mostrado, la sexualidad humana presenta un amplísimo repertorio de conductas posibles que están determinadas por la combinación de orientaciones sexuales, identidades de género, la influencia de los roles sociales y los gustos individuales. La sexualidad es una expresión más de nuestra subjetividad. Por tanto, siempre nos encontramos con que cada persona vive su sexualidad de manera distinta y con frecuencia los comportamientos psicosexuales son difíciles de encorsetar en las clasificaciones y teorías de la ciencia.
Hablar de las sexualidades supone asumir la pluralidad sin límite y la construcción de un discurso tolerante, es decir, un discurso que centre su atención en los prejuicios que actúan cuando se sancionan sentires y comportamientos como patológicos.