por Lic. Laura Caldiz
María tiene 38 años, está casada desde hace dos años, y es mamá de un niño de 14 meses. Consulta por falta de deseo sexual. Su marido está preocupado por esto e insiste en que debe consultar. Mantienen un promedio de cuatro relaciones semanales. María es orgásmica y disfruta en todas las relaciones, pero no se siente como en otros tiempos. Está confundida y perdida en sus objetivos. Quiere a su hijo y a su marido pero no le alcanza el tiempo para hacer todo lo que se propone.
Fernando tiene 29 años, alto, atlético y de aspecto fuerte. Consulta porque su esposa está preocupada por la ausencia de relaciones sexuales. Hace ya dos meses que no hacen el amor. Se muestra desconcertado, dice que ama mucho a su compañera pero no sabe qué le pasa. Se olvida del sexo, no siente deseos sexuales y, a veces, se esfuerza en mantener relaciones para complacerla a ella. Trabaja entre ocho y diez horas diarias en una computadora. Ha tenido serios problemas para conseguir este trabajo. Se siente muy responsable, pues hace un año que vive en pareja con Paula, cuatro años mayor que él, separada y con dos hijas que conviven con ellos. Quiere cumplir con un lugar viril de proveedor pero le es muy difícil.
Estas dos consultas comparten para la sexología clásica un diagnóstico, son dos inhibiciones del deseo sexual. Sin embargo. el terapeuta que quiera resolverlas tendrá que tener en cuenta mucho más que el diagnóstico y las prescripciones habituales. Por sobre toda la maniobra tendrá que considerar a una como consulta femenina y a la otra como una consulta masculina. Y en esta simple operatoria de separar por sexos, se le aparecen con fuerza todas las reglas, roles y papeles que cada uno de los protagonistas ha incorporado y organizado, con respecto a qué significa y qué se espera de un hombre y una mujer, aquí y en este momento cultural.
Una compleja trama de identificaciones, exigencias y prohibiciones organizada como identidad personal sostiene el lugar femenino o masculino de cada uno.
Si entendemos la sexualidad humana como la condensación en una persona y sus acciones, de su manera particular de vivir su experiencia de género, de percibir su sexo biológico y sus deseos y, de ponerlo en acción de pensamiento o interacción. Desde la perspectiva el momento histórico determina las elecciones posibles y prescribe el comportamiento.
Por lo tanto, las maniobras, prescripciones y reglas, tanto íntimas como públicas que se ponen en funcionamiento en torno del sexo, son definiciones de nosotros mismos, como hombres y mujeres de esta cultura.
Queda claro, entonces, que conocer acerca de ese sexo social de cada consultante, se hace imprescindible. Maniobrar sobre esto sin descuidar la idea de que cada cual tiene derecho a su particular manera de ser, es aún más difícil. Y cabría investigar sobre cuáles son las modalidades terapéuticas más exitosas para resolver estos problemas.
La particular visión de género, de cada uno de los integrantes de una pareja, determina gran parte de sus acciones, sin que medie muchas veces un reflexionar cognitivo. Estas particularidades del género intervienen en las elecciones de pareja, pues no sólo somos programados para organizarnos personalmente, sino también en la búsqueda de una complementariedad.
La programación de género implica una organización de la personalidad y, también una visión del mundo: cómo deben ser los hombres y las mujeres y, qué se espera de sus acciones.
Sabemos que, para la organización de la identidad individual como identidad de género, es necesaria la incorporación de las normas, reglas y lugares sociales que cada cultura particular determina para hombres y mujeres.
El género es el sexo socialmente construido. Rubin (198o) lo define como: «El conjunto de disposiciones por el que una sociedad transforma la sexualidad biológica en producto de la actividad humana y en el que se satisfacen esas necesidades humanas transformadas». En palabras de Barbieri (1991), «los sistemas de género son los conjuntos de prácticas, símbolos, representaciones, normas y valores sociales, que las sociedades elaboran a partir de las diferencias sexuales anatomofisiológicas y que dan sentido a la satisfacción de los impulsos sexuales, a la reproducción de la especie humana, y en general a la relación entre las personas.
Toda experiencia sexual es vivida dentro del contexto más amplio de la organización social de género. Cada acto sexual refleja los valores culturales que se le otorgan al sexo y, pone en marcha dentro de cada protagonista la visión de sí y del otro que corresponde a su particular percepción de femenino y masculino.
Para operar en sexología desde esta perspectiva habrá que necesariamente preguntarse: ¿cómo se es mujer y hombre hoy y ahora?, ¿qué idea tiene cada protagonista de cómo es esto? y, ¿qué espera del otro sexo en complementatiedad o en contrapartida?; ¿qué transacciones hacen ambos? y, ¿cómo llegan a un acuerdo respecto a su lugar de género?
Los problemas de la consulta sexológica actual más frecuentes, esto es problemas relacionados con el deseo sexual, con el logro de mayor intimidad, con la posibilidad de disfrutar de un encuentro sexual satisfactorio, muchas veces tienen el trasfondo de cuestiones de género, ese sexo social.
Por otro lado, la organizacion de género se articula en las relaciones humanas como un concepto político que implica por lo tanto una distribucion de poder. Sustenta diferentes acciones y pensamientos no necesariamente conscientes. Entra dentro de un interjuego de «mentalidades», organizaciones de la acción que no necesitan ser pensadas, sino la mayoría de las veces tiene un actuar en automático. Como señala Vovelle (1985), las mentalidades pueden definirse como restos, «hilachas» de viejas ideologías, que persisten en la larga duración «por encima o por debajo» de las ideologías dominantes, como el hilo oculto de una trama. La mentalidad se manifiesta, en dictados no estrictos, a menudo no conscientes e incluso contradictorios con las ideas dominantes, que se transmiten en forma expresa.
Sabemos que la humanidad, habida cuenta de las distintas habilidades biologicas de mujeres y hombres, creó dos universos responsables de diferentes tareas: en principio el maternaje y la guerra y, más contemporáneamente, el mundo de lo público y de lo privado.
Hasta este momento, en todas las sociedades conocidas ha existido siempre una division sexual de tareas. Aunque las atribuciones variarán enteramente en una sociedad y en otra, la concepcion binaria de la division de tareas aparece como tan universal y se la puede considerar como un hecho de la especie.
Para cumplir con esto; el hombre pasó gran parte de su historia guerreando, defendiendo, cazando. Todas estas actividades han sido necesarias para su supervivencia.
Por otro lado, las mujeres hemos pasado la mayor parte de nuestra historia maternando, cuidando y plantando. Ambos hemos desarrollado complejos procedimientos alrededor de estas dos grandes actividades.
Pero para el mantenimiento y la supervivencia actual ya no es imprescindible guerrear, se puede escribir en una computadora. Tampoco es imprescindible tener hijos. Se puede tener una profesion y un sueldo y, hasta tener algún hijo si uno quiere. En realidad sabemos que en conjunto necesitamos reducir nuestro crecimiento demográfico.
Entonces, ¿qué quedo de esa division tradicional que se mantuvo monolítica tanto tiempo?
Parece que ya no es operativo pasar todo el tiempo teniendo hijos y tampoco funciona comportarse como si todos fueran enemigos.
En un fin de siglo en el cual, como diría Marx «todo lo sólido se desvanece en el aire», los roles de género tradicionales van siendo pulverizados por nuevas opciones v obligaciones. Ya no se es hombre o mujer, como eran nuestros ancestros. La constltución como hombre o mujer actual no tiene sólo el componente del aprendizaje y la copia de los modelos de la infancia, sino que además requiere flexibilidad y nuevas incorporaciones. a veces muy aleiadas del antiguo modelo, para conseguir el éxito de la supervivencia Las mujeres tienen que trabajar y producir dinero, los hombres tienen que criar hijos, saber dar afecto, «maternar y cuidar». Dejó de ser operativo para ellos ser tan sólo guerreros y, para nosotras tan sólo madres.
Todo esto sucedió muy rápidamente en los últimos treinta años. Se ha producido algo tan diferente, que Elizabeth Badinter (1980) lo llama «una mutacion vertiginosa». Describe la escena actual entre los sexos como un tiempo de semejanza, con una clara tendencia a una situación cada vez más igualitaria en la distribución de poderes y tareas. Sin embargo, todo esto coexiste necesariamente con la particular organización de género que cada uno de los actores de la cultura ha ido adquiriendo a través de sus aprendizajes.
Otro aspecto a considerar desde la sexología, es como este proceso de democratización en las relaciones de géneros se juega de manera diferente en distintos grupos culturales.
Tomando como ejemplo la última definición de salud sexual de la Organización Mundial de la Salud podemos ver que lo que se considera un funcionamiénto saludable y un uso apropiado de la sexualidad, es un concepto cultural relacionado con un sistema de valores. Los valores que contempla esta definición de la OMS son: acuerdo mutuo, satisfacción de ambos y conocimiento y aceptación de la sexualidad del compañero en general.
Los valores occidentales de clase media tienden a enfatizar que el sexo es bueno o al menos natural, que la interacción es la base de la actividad sexual y que los compañeros deben ser igualitarios en las relaciones. Por lo tanto somos propensos a pensar que las relaciones sexuales deben incluir una relación íntima, una manera de intercambiar placer y una forma de expresar amor.
Sin embargo, Lavee (1991), sostiene que en diferentes grupos étnicos, el intercambio de placer o la comunicación de afectos a través del juego sexual no significan un rol preponderante. Cita al respecto a Reiss, cuyo análisis sugiere que el objetivo sexual primario es diferente para aquellos grupos culturales que sostienen una ideología igualitaria en la relación de los sexos, que para los que no lo hacen. En las ideologías sexuales igualitarias, el principal objetivo es el placer físico y el compartir psicológico, en tanto que en las ideologías no igualitarias, el objetivo es el coito heterosexual, donde está permitido para los hombres una actividad sexual centrada en el cuerpo y placentera, pero para las mujeres la sexualidad es una emoción poderosa que debe ser temida y reprimida.
Desde esta perspectiva podemos pensar la organización social de género actuando como trasfondo de ideas contemporáneas diferentes y más democráticas, que se entretejen con antiguas miradas patriarcales de la relación entre los sexos.
Para terminar y volviendo a nuestros dos consultantes, debemos agregar otro elemento particular de este tiempo. Esta sociedad posmoderna en la cual nos movemos, instaura por primera vez un culto a la individualidad. El derecho a la libertad se instala en las costumbres y en lo cotidiano. La búsqueda de la propia identidad y de realización personal hedonista pone aún más tensión a la relación entre los géneros.
El matrimonio vacila, la duración de la unión no es más un valor, porque nos negamos a obedecer las coacciones que lo tornaban posible. La autonomía privada no se discute y preferimos estar solos. Todo esto inaugura formas nuevas de relacionarse entre los sexos que escapan a los viejos estereotipos y para la cual carecemos de modelo.
Por lo tanto, la construcción y puesta en marcha de un accionar terapéutico exige del operador en sexología una reflexión sobre sus propios modelos de género, así como una visión amplia de la situación cultural en la que todo esto se pone en juego.