Era demasiado joven cuando tuve ocasión de ser testigo de unos hechos cuyo recuerdo se adormeció en mi memoria durante treinta y ocho años. Y ahora, ante la intención de escribir sobre mi experiencia con la pornografía, me vuelven a la consciencia con detalle fotográfico.
Testimonio anónimo
Por entonces, en las ciudades grandes, se inauguraban sex-shops, se abrían cines para adultos y los quioscos exponían algunas revistas que mostraban, en sus portadas, cuerpos desnudos.
Debo decir que la curiosidad, aunque no sea cierto, me había llevado a uno de esos sex-shops recién abiertos. Di una vuelta de reconocimiento pero, como eran las diez de la noche, estaban a punto de cerrar al público. Intenté salir del local cuando un empleado bajó la persiana sin cuidado alguno. Al dirigirme a él para mostrar mi presencia, vi dos personas en medio de la sala quedando frustrado mi intento. Una de ellas era un hombre cuarentón vestido con traje y corbata, lo que en el contexto del barrio indicaba que movía dinero y quería mostrar éxito y poder. El recuerdo del personaje me trae la sensación de miedo y peligro. Este hombre enseñaba una revista a una mujer muy joven, aunque aparentemente mayor que yo, que vestía con una elegancia “ad hoc” desenfocada, por lo que, al igual que el hombre, no podía disimular las carencias pasadas. Su vestimenta también indicaba que ganaba suficiente dinero para reivindicarse. Para ella probablemente no era una cuestión de poder sino de diferenciación. La mujer utilizaba unas gafas de sol enormes que escondían completamente sus ojos y cejas, algo innecesario a las diez de la noche. Recuerdo bien que una peluca rubia le tapaba media cara. También recuerdo que durante unos segundos giró su cara hacia mí mientras el gesto de sus labios mostraba la incomodidad que sentía. Me viene la sensación de vergüenza, humillación e impotencia.
Los mecanismos psicológicos de defensa debían garantizar mi supervivencia, como ya venían haciendo, y relegaron al subconsciente aquella situación de agresividad y violencia que hoy me parece insoportable.
El hombre giraba las páginas de la revista con fuerza mientras las golpeaba y alzaba la voz sin reparo alguno –¡Esto es una mierda, una mierda! ¡Esto lo hace cualquiera, no sirve para nada! ¡Pareces un palo… con esa cara tan seca! Para hacer esto salgo a la puerta y contrato a una puta cualquiera y me sale más barata. ¡Ostia, todas tenéis (…) y (…), pero no es eso, es la cara también joder…!
El hombre agarró a la mujer por el codo mientras ella, con la mano libre, se ajustaba el delicadísimo abrigo de piel clara. El dependiente corrió a subir la persiana y salimos los tres a la calle, yo detrás de ellos. Los miré mientras se alejaban y subían por la calle. Cuando los perdí de vista el hombre aún agarra a la mujer que, sobre sus tacones sin sentido, caminaba en una posición antinatural. Di media vuelta y seguí calle abajo. Hacía frío, sentí alivio y lo olvidé. Los mecanismos psicológicos de defensa debían garantizar mi supervivencia, como ya venían haciendo, y relegaron al subconsciente aquella situación de agresividad y violencia que hoy me parece insoportable.
- No voy a hacer categoría de un solo hecho, pero es cierto pone el foco en determinada dirección. La pornografía, como cualquier fenómeno social, es de una gran complejidad porque nos ofrece múltiples caras y son diversos los puntos de vista desde donde podemos contemplarla.
- Es una industria y, por tanto, hay proceso productivo con empleados, directivos, accionistas, inversores, departamentos de ventas, marqueting, investigación y desarrollo, mercado, clientes, producto, necesidades, intereses y beneficios. Es importante destacarlo porque, como industria, le es de aplicación tanto el principio de la responsabilidad contractual como extracontractual. Esto es, quien obtenga beneficio de una industria es responsable del daño causado por dicha industria y viene obligado a poner todos los medios para evitarlo y, de producirse éste, es responsable de su reparación. El punto de vista es interesante porque es justa respuesta al argumento del libre consentimiento de trabajadores y consumidores. No puede haber libre consentimiento sino no hay, además de alternativas posibles, información completa y veraz sobre las consecuencias de participar en la producción o de consumir su producto.
- La pornografía sostiene y fomenta una determinada ideología sobre el rol de género. Normalmente el hombre y lo masculino, en general, ocupan el lugar del sujeto y, mayoritariamente, la mujer y lo femenino, en general, ocupan el lugar del objeto. Lo masculino usa, elige y domina mientras que lo femenino es usado, acepta y se somete. Para ello se basa en la necesidad instintiva de sexo, le da un contenido sesgado, primario y de mera satisfacción compulsiva solipsista, creando un círculo vicioso de necesidad satisfacción.
Desde distintos puntos de vista, las consecuencias ya están siendo denunciadas. Del lado del consumo la pornografía, en tanto que masiva y asequible, junto con otras industrias coadyuvantes, como determinada publicidad, se ha convertido en el educador sexual más influyente de parte de la juventud, la cual, no sólo asimila la ideología de género, que sostiene como valor la pornografía con todas sus consecuencias sociales, sino que además sufre consecuencias individuales devastadoras: adicción al sexo, incapacidad para mantener relaciones sexuales satisfactorias y amorosas, dificultades de relación de pareja, falta de empatía, destrucción de la autoestima, en definitiva, ciudadanos cautivos, consumidores y acríticos. Estas consecuencias no sólo se dan en hombres adolescentes y jóvenes, como parte consumidora más activa, sino que también muchas mujeres adolescentes o jóvenes están asumiendo el rol, sea como consumidoras directas o indirectas. En consultorios en internet hay mujeres jóvenes que muestran su preocupación por no sentir placer o sentir asco ante determinadas prácticas requeridas por sus parejas, viéndose a sí mismas como el problema.
Es lícito pensar que la sociedad puede acabar siendo víctima de la industria de la pornografía, la cual no duda en usar todos los medios a su disposición para defender y optimizar su beneficio. Profundos conocimientos de los procesos psicológicos y sociales, así como técnicos, que les permiten “mejorar” y evolucionar sus productos y la distribución de los mismos y una ideología liberal que se reabre camino con la teoría del libre consentimiento a la que, por cierto, también se han adherido los poderes públicos en general. Junto a ello unos recursos económicos prácticamente ilimitados. (Es una de las industrias más lucrativas junto a la venta de armas, la prostitución, la droga y la trata de personas… ese es el nivel).
Numerosos testimonios de “actrices y actores” en la industria de la pornografía refieren causas y síntomas coincidentes con muchas mujeres en situación de prostitución. Abusos infantiles, adicciones, necesidades económicas reales o imaginadas, engaño, baja autoestima, violación, explotación, enfermedades, estrés postraumático, relaciones afectivas patológicas, etc.
En USA existe al menos una fundación (Fundación Cruz Rosa) dedicada al apoyo de las personas que han trabajado en pornografía. El último informe sobre trata de personas de las Naciones Unidas afirma que los niños y hombres son mayoritariamente tratados como esclavos laborales y que las niñas lo son para la explotación sexual y la pornografía.
Empecemos a llamar a las cosas por su nombre, en la pornografía, como en otras “industrias” del sexo, el libre consentimiento es minoritario si es que existe. La pornografía es transmisora y fomentadora de una ideología totalmente reprobable que oculta la realidad espiritual de mujeres y hombres, esto es, que somos seres capaces de amar, de empatizar. Cada vez que alguien ve una película pornográfica con la intención de excitarse lo más probable es que se aleje de lo que realmente somos y, lo que es peor, la excitación se produce viendo cómo, probablemente, destruyen a una hermana o hermano.
No participo de prohibiciones ni imposiciones morales, pero creo imprescindible una reacción ética, social y política que ponga la dignidad humana por encima de cualquier otro interés. Nada más lejos de la realidad que vivimos. Debemos armarnos frente a la ideología que fomenta la pornografía, y su industria debe reparar el daño causado, probablemente mediante impuestos finalistas dedicados a la formación sexual afectiva y al tratamiento de las víctimas.