Símbolo de la elegancia por excelencia, el zapato de tacón despierta algo más que el deseo consumista de las mujeres.
En los más de quince centímetros de altura que puede alcanzar, el tacón puede concentrar altas dosis de erotismo. Su máximo exponente, el fetichismo.
“Yo soy sadomasoquista y soy fetichista, fetichista del zapato de tacón femenino”
Así se declaraba el cineasta Luis García Berlanga en la Facultad de Comunicación de Sevilla durante un coloquio en el año 2005. El genio del cine español nunca ocultó su atracción convertida en pasión por el pie calzado de la mujer: “… me atraen los taconazos, las medias, los ligueros, los corseletes… todo lo que toca la piel”, declaraba en una entrevista para el suplemento ‘La Revista’ de el diario El Mundo, en 1999.
Mientras Berlanga hablaba de su condición sin pudor ni miedo a que lo tachasen de pervertido, son muchos otros los que guardan silencio o se escudan en el anonimato de la red para dar rienda suelta a sus cavilaciones sobre ese oscuro objeto de deseo: el zapato de tacón.
Objeto fetiche
Relacionado con prácticas sexuales poco comunes para un gran número de mortales, el fetichismo puede ser un tabú para aquellos ‘no practicantes’ o simplemente, un término ambiguo y un tanto cargado de prejuicios. No obstante, el término fetichismo, no esta relacionado en su origen con el sexo.
El fetichismo, según el Diccionario de Psicología de Friedrich Dorsch, se describe como “la creencia en el poder misterioso, suprasensible o demoníaco de objetos inanimados”. Para muchos, esta descripción tan sugerente se aproxima bastante a la que se puede tener del zapato de tacón: un elemento de la indumentaria femenina que no deja impasible a nadie. Por su diseño o por la forma en la que reconstruye el cuerpo de la mujer portadora, el zapato de tacón atrae todas lasmiradas desde su estado inerte tras el escaparate o desde la vivacidad con la que conduce a los pies femeninos, produciendo ese sonido tan característico del ‘taconeo’.
No obstante, alejándose de la perspectiva mística y aproximándose a la psicológica, el prestigioso diccionario ofrece una segunda descripción de la curiosa práctica: “significa una perversión de la libido con un cambio de dirección hacia partes del cuerpo de la región genital y, especialmente hacia objetos. En la mayoría de los casos, el fetiche reemplaza a la persona”
Parafilia
Leída esta descripción, es inevitable que la primera pregunta que surja sea: ¿es el fetichismo una patología?
Para arrojar luz sobre esta cuestión, la psicóloga y sexóloga Marián Ponte González explica que “el fetichismo está descrito en el Manual de Los Trastornos Mentales (DSM IV) y se engloba dentro de lo que llamamos parafilias”.
El prisma desde el que se puede observar este comportamiento es complejo y depende del caso, tal como afirma Ponte: “Los sexólogos atendemos a preguntar si desde el inicio sucedió así o se ha dado en el tiempo.
Lo primero a distinguir, es si se produce de forma situacional o generalizada dado que no es lo mismo que el trastorno suceda en algunas ocasiones a que se manifieste persistentemente. Así mismo, puede que se den distintas respuestas ante los estímulos o ser su manifestación total y exclusiva”.
Descartada como trastorno mental, la parafilia sí puede desembocar en un trastorno psicosexual si “se usa la imaginación o conductas no habituales para excitarse, la persona se reitera y es impulsiva usando objetos no humanos, y dichas prácticas suponen sufrimiento, humillación o no son consentidas” cuenta la psicóloga.
No obstante, en el amplio mundo del sexo, los juegos parafílicos tienen su lugar sin por ello suponer un trastorno: “es importante diferenciar cuando la persona excluye al ‘otro’ y es sustituido por un objeto mediante el uso de fantasías recurrentes y muy excitantes; de cuando se usan en los juegos objetos simbólicos que son ‘fetichizados’ para obtener placer. Muchas parejas tienen juegos parafílicos, pero no una parafilia”.
Origen
Son diversos los autores que han hablado del origen psicológico del fetichismo, la opinión generalizada es la que también defiende Ponte: la infancia como estadio en el que se desencadena. “En la infancia se dan muchas veces asociaciones con los objetos fetiches que se consolidan en la adolescencia dónde suele empezar. El fetiche se asocia en ocasiones, durante la infancia, con la excitación sexual o amor y aceptación que se recibió de la madre. Por ejemplo recuerdo un caso en que, siendo muy pequeño por miedo al abandono, observaba a su madre cómo se alejaba. Controlaba desde el suelo a su madre mirando a sus zapatos desde la distancia”. Por otro lado, también es posible que en esta etapa “se incorpore el fetiche a través de la imaginación y por masturbación, apareciendo posteriormente el orgasmo que fortalece la unión objeto-placer”.
Aunque las causas son diversas, según la psicóloga, existe un factor común a todos los pacientes con estos rasgos: “vemos en la consulta un apego inseguro o desorganizado dónde dichas personas tienen un problema de comunicación afectiva y dificultades en las habilidades sociales”. El origen de dicho problema “puede venir de vivir en una casa con aislamiento afectivo, ambiente disfuncional, actitudes inadecuadas hacia el sexo a lo largo de su desarrollo”.
Hombres y tacones
Pese a que el fetichismo sea compartido por ambos sexos, es el hombre el que siente debilidad por los zapatos femeninos. Berlanga no es el único fetichista confeso en el mundo del cine. Luis Buñuel, entre otros fetichismos confesables, sentía devoción por las extremidades de las mujeres y no dudo en demostrar su admiración por los zapatos de mujer en su película ‘Diario de una Camarera’. En ella, uno de sus personajes bebe los vientos por unas botas de mujer.
Pero esta relación pasional con los tacones no es solo propia del mundo del cine, la realidad es que el fetichismo de los zapatos es uno de los más comunes. Las connotaciones sexuales de un par de tacones son evidentes: “Las piernas quedan resaltadas y estilizadas por los zapatos y entran dentro del campo visual cuando un hombre mira. Los zapatos de tacón se asocian a rasgos muy femeninos y según quién los lleve estimula erotismo y excitación sexual” cuenta Ponte.