Las Redes Sociales
El uso abusivo de las redes sociales, las pantallas y sus derivados tienen unos efectos sociales y humanos que serán cada vez más evidentes a medida que sus numerosas repercusiones se pongan de manifiesto a través de los estudios científicos o la mera observación.
Por un lado, se enseña a los niños incluso de bebés a estar en contacto con las pantallas como si fueran un entretenimiento, se les calma en lugar de usar el contacto humano y se les aísla con las aplicaciones, tv, vídeos u otros contenidos de dichos aparatos electrónicos. Los efectos de la sobreexposición deberían ser estudiados rigurosamente para comprender la adicción y los riesgos que generan en el cerebro y en la conducta tanto de los adultos como de los niños, quiénes son más vulnerables y sobre los que supuestamente hemos de velar.
Su uso está conectado con los circuitos de dopamina, generando así un sistema de recompensa similar a los efectos de las drogas. Muchas personas encuentran la satisfacción a través de buscar en las redes sociales lo que desde la psicología llamamos “refuerzo positivo”, es decir que la sobreexposición genera que esa conducta se repita en un futuro buscando las mismas sensaciones y que aumente su uso.
Si cuando estamos aburridos o tenemos conflictos, percibimos un “Me gusta” o los comentarios de otros como algo positivo, buscaremos más esos mismos estímulos. Eso significa que se aprende desde un principio a vivir con adicciones, a tener pantallas o dispositivos electrónicos conviviendo cada día.
No se enseña a los niños a jugar durante horas con adultos, a crear y a tener estímulos que despierten sus intereses y capacidades. En su lugar, se les da los móviles y se les enseña a desconectarse, aislarse y romper el vínculo social imprescindible para una sociedad saludable a través de un cerebro sano y maduro. El entretener a los niños y consolarlos con los dispositivos genera “la cocaína visual” que destruye la posibilidad de humanizarse y vivir con los valores prosociales y éticos que sustentan las redes sociales.
Los aparatos se están volviendo indispensables y parecen formar parte de la capacidad para relacionarse con otros.
Muchas personas se relacionan más con los aparatos electrónicos o con las redes sociales que con sus congéneres. La vida privada e íntima va desapareciendo porque el sistema se va acelerando, nuestra capacidad de sentir y pensar no está al servicio de cultivar hábitos de relaciones sociales donde no intervengan dichos dispositivos o nos desconectemos de ellos unas horas o mientras mantenemos relaciones con otras personas.
Hemos perdido la consciencia de los efectos que produce mirar durante el día muchas veces el móvil y de lo que les estamos transmitiendo a las siguientes generaciones.
En estos años, me he encontrado en el metro padres o madres que dejan los teléfonos a sus bebés cuando se quejan, abuelos mirando las pantallas mientras sus nietos les hablan, tablets en los restaurantes a los niños mientras los padres cenan, niños de pocos años tocando todo tipo de aparatos, reuniones de adultos donde parte de la relación termina teniendo la inclusión del uso del teléfono ya sea para enseñar un video o un WhatsApp etc. Hay niños que patalean cuando se les suprime las pantallas, no aceptan un “no”, mienten o a escondidas buscan su uso a pesar de las prohibiciones parentales.
Generamos generaciones desconectadas, metidas en su retiro y caparazón.
A esto se le añade que pueden ver imágenes que impacten su cerebro o entrar a lugares que no son convenientes teniendo además otras exposiciones que no son saludables para su edad. La exposición a la violencia o a la pornografía está siendo muy común en niños y adolescentes cuyas futuras conductas se verán impactadas por los videojuegos u otras aplicaciones. Nacen expuestos sin que se les permita desarrollar una sensibilidad y un aprendizaje adecuados a ser niños, explorar el mundo y disfrutar interaccionando sin que medien las computadoras u otros dispositivos.
Robamos sus infancias.
En un futuro nos podemos encontrar trastornos mentales como psicopatías, autismos, trastornos de conducta, depresiones y trastornos de ansiedad, entre otras posibilidades. Los mismos adultos tienen una adicción de la cual ni siquiera son conscientes. Esto no ayuda a que las futuras generaciones, quienes son el futuro social, garanticen una sociedad saludable.
Las pantallas van sustituyendo a los juegos, las relaciones, al calor humano y al aprendizaje con otra persona significativa, tan necesario para establecer un apego seguro y llegar a tener en la edad adulta una vida saludable y la capacidad de contribuir socialmente.
Estas son muchas de las preguntas que podemos hacernos colectivamente.
¿Por qué no tenemos restricciones en los medios sociales? ¿Cómo es que permitimos vender nuestra vida privada a empresas y usuarios que pueden hacer un uso comercial e inadecuado? ¿Cómo es que permitimos que los niños y adolescentes crezcan con un cerebro adictivo cuando socialmente hemos de velar por ellos? ¿Por qué permitimos que en las escuelas se usen tantos dispositivos electrónicos? ¿Qué alternativas pueden ofrecerse?.
Es importante resaltar que necesitamos preparar a la sociedad futura para que pueda adquirir habilidades sociales, saber que las situaciones tienen un ritmo y un tiempo para consolidarse y que nada es tan inmediato como nos venden. Todo lo que es saludable requiere su tiempo: desde aprender a ir en bicicleta hasta caminar, pasando por amar, adquirir valores etc.
Es importante que se adquieran herramientas que no nos alejen de la reflexión y que nos permitan asimismo la conexión con el corazón, los valores sociales, la ética y la importancia de los vínculos sociales que nos proporcionan seguridad, intimidad, risa, exploración, juego, compartir y valores prosociales que dan sentido al vivir y a cooperar como humanidad.
Los medios en sí mismos no son un problema sino el uso que hacemos de ellos, pues cada vez ganan más espacio en nuestras vidas.
Lo que sí es cierto es que si sobreexponemos a los más jóvenes y vulnerables a las pantallas y no les enseñamos a estar con ellos mismos, tolerar el estrés y la frustración, no podrán tener recursos, dadas las consecuencias negativas que se han generado por no tener la información de cómo podemos cuidar de nuestra sociedad, puesto que todos formamos parte de este mundo. Desde esta premisa, podemos generar satisfacción en los circuitos de dopamina de una manera más saludable como provocar más humanidad, bien sea abrazando, besando, tocando, teniendo metas elevadas y humanas, haciendo ejercicio, compartiendo intimidad u otras conductas que faciliten mantener unas redes sociales cooperativas.
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