Marian Ponte habla, junto a otros profesionales, en el 53 aniversario de Al-Anon en España. Barcelona 2016
La mesa redonda se centró en el tema: “Apego, resiliencia y secuelas del alcoholismo en los hijos”.
Los primeros años de vida son esenciales en el desarrollo de toda persona. Si nacemos en un ambiente y un entorno conflictivo, no será lo mismo que si nos desarrollamos en un lugar seguro, donde recibimos los cuidados necesarios. En los primeros años de vida se desarrolla lo que llamamos apego. Son los vínculos que se establecen con nuestros cuidadores o cuidadoras. Incorporamos sus formas, por ejemplo, si estos viven con muchos nervios o ansiedad, esto se transmite al bebé. Así se da un vínculo de apego, luego la conducta es lo que incorporamos como comportamiento y trasladamos a nuestra edad adulta. Si hay un cuidador o una cuidadora que abandone a la criatura, o realice alguna negligencia, esto afectará el vínculo, lo cual impedirá tener un equilibrio interior. Por esto, la cercanía con el niño o la niña es de suma importancia. Si no hay un cuidador o una cuidadora sensible no podrá captar los afectos que se necesitan. Al no cubrir las necesidades se generan diferentes estilos afectivos. Cada cual tendrá su propio funcionamiento. Si no se genera un estilo sano para poder relacionarse, no se tienen las habilidades comunicativas y las habilidades relacionarles adecuadas, aunque uno o una crea que sí. Por ejemplo, uno se puede sentir rechazado o rechazada siempre, sin saber por qué. Si este comportamiento se repite, y no es algo de un día, aparece el problema. En la edad adulta uno, o una, atrae las mismas situaciones y circunstancias que recrean este sentimiento de rechazo, sintiendo que “siempre le pasa lo mismo”. El problema allí es que no se está tomando consciencia de lo que sucede y se está repitiendo el ciclo una y otra vez.
Cuando nuestro sistema nervioso no está regularizado todo el tiempo estamos alimentando la parte que quedó impactada. Nuestra tendencia natural es tener buenas relaciones sociales, estar en paz y vivir en armonía, pero cuando el sistema de condición social se ha desconectado hay que tomar consciencia para reestructurar el daño causado. Cuando nuestro cerebro no conecta bien con nuestro cuerpo debido a las memorias enterradas genera una disfunción. Es importante tomar responsabilidad sobre ello ya que evitar el conflicto lo único que hace es alimentar más conflicto. Desde dentro sólo se puede confrontar la vida y adquirir las herramientas necesarias. Hay que buscar armonizar el interior para unir mente y corazón y así liberar el sufrimiento. Se debe saber qué no se quiere repetir y buscar nuevos caminos, porque la misma mente que creo un problema no puede resolver desde ahí. Hay que renunciar a lo que no nutre y ver qué es lo que alimenta el malestar para tomar distancia de ello. A más amor, más inclusión, para ello se necesita ser resiliente afrontando las adversidades y sacando lo mejor de esos conflictos. No son problemas, son retos, al verlos así no nos quedamos sólo con la parte negativa. Siempre hay dos caminos. Uno es el miedo, la persona se aísla y tiende al sacrificio lo cual hace vivir en el ayer y sostener lo insostenible que implica volver a los mismos traumas. El otro camino es el amor que permite fluir, para llegar a eso puede haber idas y venidas, lo importante es lograr ser resiliente para transformar el dolor en aprendizaje.
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