Todas y todos tenemos inseguridades sexuales. No importa que tan seguro o segura veamos a alguien, seguramente en su intimidad alguna inseguridad aflora. Nuestra imagen corporal y la idea que tenemos sobre nuestros cuerpos influye a la hora de relacionarnos sexualmente. Los medios de comunicación indican los cánones de belleza, dejando por fuera todo lo que no aplique a la imagen que crean, depositando así inseguridades en el resto de los cuerpos. Hay que entender que los modelos sociales establecidos dejan por fuera nuestro propio sentir, nuestra espontaneidad, nuestro placer genuino. La comparación con el otro o la otra siempre trae conflicto. Tenemos que aprender a escucharnos y a normalizar nuestra propia sexualidad sin limitarnos a clichés. Hay que buscar ser honestos y honestas al conectar con nuestro cuerpo. Una vez que sabemos lo que nos gusta y lo que no nos gusta podemos utilizar la comunicación como nuestra mejor aliada.
Trabajar la parte psicológica ayuda a afrontar las inseguridades que por lo general tienen que ver con miedos y con la educación. Hay una idea preconcebida de cómo todo se debe hacer. Se supone que siempre debemos tener ganas y estar disponibles para el coito, obviando por demás el hecho de que las relaciones sexuales no son simplemente el coito, o un orgasmo.
Cargamos en la cabeza con múltiples ideas sobre qué papel, a priori, debemos adoptar. No nos permitimos fluir. Todo está plagado de prejuicios: por tomar la incisiva o por ser promiscua o promiscuo; por insinuar mucho o por no dar ninguna señal de lo que quieres. Estar pensando en todas estas cuestiones a la hora de realizar un encuentro con otra persona genera ansiedad sexual.
Esta ansiedad es provocada por preguntas como: ¿Le voy a gustar? ¿Lograré tener una erección? ¿Me va a doler? ¿Pasará esta misma noche? ¿Y si no “llego”? Tantas preguntas, expectativas y mandatos bloquean estar presentes en el momento, y ese es el único medio real de placer. El punto no está en llegar al orgasmo como si fuera el único fin posible porque sino “hemos fallado”. Tenemos que sacar de nuestras mentes estos conceptos preestablecidos. De lo contrario, tantas pautas y reglas de “cómo debe ser” lo único que dan como resultado son copias de una creencia colectiva sobre cómo cada quien puede disfrutar. ¿Y si mejor nos apropiamos de nuestra sexualidad? Quizás así logremos empezar vivenciar nuestra propia experiencia, y disfrute sexual. La verdadera comunicación, tanto con nosotros o nosotras mismas como en el contacto con el otro, tiene lugar cuando somos conscientes de nuestro cuerpo y consecuentes con nuestro sentir.